Restaurante La Manduca de Benicasim: Morir de éxito

La Manduca es uno de los restaurantes de mayor éxito de Benicasim (quizá el que más). Durante el invierno del 2008 ha realizado una profundo lavado de cara, reformando su aspecto externo e interno y corrigiendo uno de sus puntos débiles que era una decoración anticuada y algo descuidada. Tonos granates y negros y una moderna ambientación le han hecho ganar bastantes enteros en elegancia. Tiene dos salones no demasiado grandes, uno a la izquierda de la entrada y otro al fondo del local y algunas mesas sueltas que intentan aprovechar al máximo el espacio y que luego os describiré. En verano saca dos terrazas a la calle, una que da a la calle principal, muy concurrida y con bastante tráfico por lo que la comida puede ser algo incomoda y otra más tranquila en la parte de atrás que da a una calle peatonal.

En lo gastronómico su carta ofrece dos vertientes, por un lado cocina italiana con excelentes pizzas y extraordinaria pasta y por otro lado la que podíamos denominar cocina mediterránea o valenciana con una amplia carta de arroces, calderetas de carne o Suquets de pescado.

En cuanto a pizzas, van desde la clásica y simple Margarita (7,25 E.) a sus pizzas estrellas (a 10,80 E.) la del Glotón (con cordero, champiñones y huevo) o mi favorita la Síes (cuatro quesos, morcilla, ternera y bacón). Todas ellas hechas en un horno especial de piedra situado junto a la barra y que permite ver su elaboración.

En el capítulo de pastas, a parte de los tradicionales spaguettis o tagliatelle, ofrece también pastas frescas, os recomiendo los tortellini rellenos de queso y nueces, con salsa a elegir de una amplia variedad, aunque yo siempre me decanto por la parmesana con salmón ahumado y huevo (9,50 E.) Otra opción son las lasañas (11,35 E.) o los canelones (9,75 E.).

La carta de arroces es muy amplia, con veintidós variedades, a cual más original (desde el arroz con verduras – 11,80 E.- al arroz a banda con escorpa y gamba blanca – 16,90 E -).

En el apartado de calderetas, platos tan sugerentes como la de cola de toro, manitas de cerdo, caracoles y trompetas de la muerte (15,85 E.).

Para los amantes del pescado también hay hueco en la carta destacando los Suquets como el de bogavante con gambas rojas y mejillones (18 E.).

Como veis la carta es diversa y muy apetecible, los precios son comedidos dentro de lo que cabe. Y sin embargo …

Desde hace bastantes años, siempre que paso unos días en la zona procuro cenar en La Manduca una o dos veces, pero últimamente la experiencia ha sido muy decepcionante. La cocina sigue siendo correcta, al menos en la modalidad italiana que es la que suelo elegir, sin embargo el servicio se encuentra completamente desbordado y, aunque intenta ser atento, no da a basto para atender a los comensales.

Parte de la culpa se debe al éxito del local que hace que siempre esté abarrotado y que sea imprescindible la reserva de mesa.

Otra parte de la culpa se debe a que la capacidad de la cocina para atender las comandas es claramente insuficiente, todo ello agravado por el hecho de que funciona también un servicio de comida para llevar.

Y por último hay que atribuir su parte de la culpa al jefe de la sala que, en un intento de aprovechar al máximo la capacidad del local, no duda en sentar a tres comensales en una mesa con capacidad para dos, amargando la cena a estos que ven impotentes como no les caben los platos en la mesa. Esto es aplicable a cualquier número impar de comensales (cinco en una mesa de cuatro, siete en una mesa de seis, …)

Los que peor lo llevan son las parejas, pues con alta probabilidad les otorgarán una de las mesas situadas junto a la barra en una zona de paso que resta toda intimidad a la comida a la par que la hace bastante incomoda ya que la popularidad del restaurante implica que continuamente esté entrando y saliendo gente tanto para comer como para reservar mesa o para retirar sus pedidos de comida para llevar, especialmente pizzas (por si estuviese poco desbordada ya la cocina con los pedidos de la sala).

En las dos últimas ocasiones ocupé una mesa situada tras la barra en un pequeño hueco, muy tranquila en comparación con el resto del local, tan tranquila que no pasa ni el camarero, para conseguir un cubierto o una segunda bebida tuve que levantarme a la barra para recogerla yo mismo aburrido de esperar.

“Por favor me puede llevar una cerveza a la mesa de detrás”

“¿Por qué no se la pide a su camarero?” (Respuesta del maitre malencarado).

“Porque llevo tanto tiempo sin verle que pensé que quizá ya no trabajaba aquí”

“Vaya, un cliente graciosillo”.

La descordinación en el servicio es total, en mi última visita a mi pareja le sirvieron su plato veinte minutos antes que a mi. El postre tardó una eternidad ( y eso que era un simple helado).

Los pequeños detalles que tenían para atraer un público familiar han desaparecido, antes regalaban a los niños una pequeña con tres o cuatro pinturas y una hoja para colorear, tenían unos juguetes en la terraza exterior para que los más pequeños estuviesen entretenidos. Ahora, en cambio no solo no hay ningún detalle sino que pobre de aquel que se presente con un carro de niño o pida que le calienten un potito.

En definitiva, esto es lo que yo suelo denominar “morir de éxito”, cuando un local se hace tan popular que descuida la atención a sus clientes en el convencimiento de que por muchos que pierda, continuara llenando la sala a diario.


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