Voy a confesarlo: No soporto a los músicos ambulantes.
Ojo, he dicho ambulantes, no confundir con los músicos callejeros, aquellos que se sitúan en una calle o en un parque o en el pasillo del metro y ofrecen su arte a quien quiera detenerse a escucharlos y dejarles unas monedas. Contra estos no tengo nada, todo lo contrario, algunos me parecen que tienen un gran mérito. No molestan a nadie y sólo a quien le apetece escucharlos puede hacerlo y a quien no le guste, le basta con continuar su camino.
Cuando hablo de músicos ambulantes me refiero a aquellos que te persiguen y que en el momento más inoportuno se ponen a tocar en tu oreja, además frecuentemente con muy poco arte.
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